En sueños

Por Dafne Betbeze

David estaba aturdido, sentía el tic tac de un reloj imaginario en el fondo de su mente. El sonido lo ocupaba todo. Incluso cuando estaba en las comidas rodeado por el barullo de los demás niños conversando, solo podía escuchar ese odioso tic tac. Hacía más de un mes que contaba con espanto los días que pasaban. Cada noche se iba a dormir más apesadumbrado que el anterior. Un día, eso lo separaba de un doloroso final.

Amaba la Casa de fieras, amaba su herencia wardjalis. Solo quería pertenecer. Sin embargo en los últimos años solo había visto pasar uno tras uno NESATs que lograban cumplir lo que él no. Al principio no se sentía intranquilo, pero a medida que comenzó a ser el más grande entre todos los novatos, su personalidad ansiosa hizo presencia y cada día se convirtió en una tortura. Escondido tras su ropa negra y su flequillo, observaba el mundo con miedo de marchitarse de pena. No sabía qué haría de cumplir doce años sin haber alcanzado su DPM.

Los días más difíciles eran aquellos que comenzaban como esa mañana. David despertaba con el rostro cubierto de lágrimas y la más dulce de las sonrisas. En sueños, David conseguía su deseo de forma diaria. Todas las noches el reflejo de un nuevo animal lo saludaba desde el espejo. A veces soñaba que sus brazos eran alas y volaba por encima de las antiguas jaulas. Había noches en donde recorría océanos sin miedo a quedarse sin aire. O corría por medio de la Sabana sin sentir cansadas sus piernas. Cada sueño era más dulce que el anterior. Cada mañana despertaba con el pecho hinchado de orgullo y con paz en su corazón. Sin embargo, la realidad no tardaba en aplastarlo en su cama. Cuando se daba cuenta de que su mente le había jugado nuevamente una mala pasada, solo sentía ganas de llorar. Pero David solo lloraba en sueños y lo hacía de emoción. Cuando estaba despierto parecía solo saber cómo perderse en su propia angustia. Era como ir haciéndose lentamente de piedra. Cada despertar lo dejaba más vacío que antes.

Su anhelo era tanto que dolía y asustaba en partes iguales. Hacía un año ya que había comenzado a aislarse, lentamente se había alejado del resto de NESATs. Intentaba despertarse antes que los demás. Se cambiaba con prisa y evitaba mirarse mucho rato al espejo. Aunque sabía que era una tontería, lo desanimaba ver su propio reflejo. Tan humano. Tan cerca de los doce. Le daba miedo comparar el recuerdo de su imagen cuando ingresó a la Casa de fieras como un niño y su aspecto de ahora.

El día anterior había entrado una nueva niña. Emilia. Se había acercado a él y le había hablado. David no supo cómo responderle y solo atinó a decir su nombre. Al enterarse de que había alguien nuevo, solo pensó que había más chances de que esa pequeña tuviera su DPM en sus primeros dos días de que él tuviera el suyo en los últimos dos. Y eso no fue lo más terrible. Lo peor llegó cuando Mora se sentó con ellos y comenzó a nombrar los animales de cada Wardjalis presente. Mora le caía bien, incluso podría decir que le tenía aprecio, pero no era capaz de ver el daño que le producía a David escuchar sobre la suerte de aquellos que sí habían logrado mutar. Sintió la necesidad de irse y se precipitó al baño sin despedirse. Luego de eso, en el entrenamiento fue Patrick quien mutó y no él. Un día más a la basura.

Despertó en su último día con una sensación diferente. Había soñado, pero ese sueño había sido distinto. En sus oídos resonaba el sonido de un águila en caza, sin embargo, no era él el águila. Sentía el instinto despierto. Los ruidos parecían más profundos y su vista más afilada. Estaba aturdido y al mismo tiempo sentía todo con una claridad antes desconocida. Se despertó sintiéndose él mismo, aunque no estaba seguro de que era lo que eso significaba. No creía conocerse lo suficiente como para hacer tal declaración. Algo en el fondo de su mente rugía. Los primeros instantes de ese día se sintieron diferentes. Hasta que recordó la fecha en el calendario. Como todas las mañanas cumplió con su rutina. Aunque ya no habrían más mañanas en la Casa de fieras. Se sintió desanimado.

David asistió a su última clase con la derrota pintada en el rostro. Se mantuvo lejos de sus compañeros. Estaba convencido de que su aislamiento lo protegería del dolor de la despedida. Incluso aceptó pasar primero cuando Roma se lo ofreció. Lamentablemente no hubo resultado. Quiso mantenerse ajeno a lo que ocurría, no quería presenciar el DPM de uno de sus compañeros, más que nunca en ese día, David se merecía ser egoísta. Cuando Mora pidió pasar, no pudo evitar prestar atención. La vio correr, la vio caer. Y luego solo sintió que él mismo corría.

Escuchó a lo lejos la voz de Roma. Decía su nombre. Lo llamaba con mucho cuidado, sonaba cautelosa. David volvió a la conciencia en el suelo. La profesora lo había cubierto con una de las tan anheladas batas. Lo abrazaba con fuerza y decía palabras maravillosas. Noble, salvado, felices, gracias. David lloraba. Lloraba y reía. Tenía miedo de despertarse, que todavía no hubiera comenzado su último día. Tras ellos el sol se escondía. Su vida había cambiado, pero contra todo pronóstico lo haría para bien.

Luego le contarían sobre su propia hazaña. Sobre lo valiente que había sido y como en su caso fue su instinto de proteger a otros más fuerte que el de protegerse a sí mismo. Era conocido por todos que el miedo era el estimulo más común para alcanzar la mutación. Por eso mismo en los entrenamientos se enfrentaban a situaciones peligrosas con el fin de generar la sensación necesaria para forzar el cambio. En contados casos, como el de él, era otra la emoción que desencadenaba la transformación.  David todavía no lo creía, pero Roma le había asegurado que en su caso solo había sido necesario acceder a su enorme corazón. La profesora decía que Mora querría agradecerle, pero como podía explicarle que era él quien más tenía que agradecer.