El susurro en los árboles

Por Arantza Gonzalez Antonini

El susurro de los árboles, el sonido ronco de las cavernas de piedra, el crujir de las hojas bajo sus patas.
Los ojos verdes observan atentos a la luna, la nariz inhala los diferentes perfumes del bosque nocturno.
El ulular del búho, el sonido cercano del mar chocando con las grandes rocas.
La madre mapache lo mira a través de un hueco en el árbol, con desconfianza. La costa, cada vez más cerca.
Un sonido extraño, cercano. Se voltea rápidamente…una avellana caída de una rama cercana, inofensiva. Continúa caminando sigiloso.
Y al fin, frente a sus ojos verdes, la costa.
El corazón de Ian se completa de dicha, de sus ojos brotan lágrimas de felicidad. ¡Tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanta espera! Y ahora, al fin, su objetivo logrado estaba frente a sus ojos. El mar.
Tan peligroso e inofensivo a la vez.
El sabor marino, la luna que se sumerge bajo la espuma de las olas.
De pronto, Ian gira sus orejas, como negros y pequeños tornados.
¿Qué es eso que oye a distancia? ¿Esa voz lejana que recita…
Recita su nombre? Se negó a creer que fuera posible.
Y sin embargo, el murmullo volvió, incansable.
Lo llamaba, y él no podía evitar seguirlo.
Y lo siguió.
Caminó en las sombras durante días y noches.
Se ocultó en los barcos mercaderes y en trenes sin ser visto, caminó entre la gente. Y llegó, frente la puerta de Casa de Fieras. Frunció el ceño.
¿Se suponía que debía de ir a un zoológico antiguo? Escuchó el susurro nuevamente.

Pero parecía un aullido de lobo llamando a su madre, más que un sonido extraño generado por la brisa. Un cuervo se posó en un árbol sin hojas, ladeando la cabeza. Le dio a entender, con esos ojos oscuros y profundos, que debía seguirlo.
Y lo siguió, experimentando la misma intriga que sintió al ver el mar. ¿Qué lo depararía allí, bajo ese zoológico antiguo?
Eso solo lo sabría una vez que su corazón atravesara, junto con él, la puerta de Casa de Fieras.

Arantza Gonzalez Antonini

arayenrru@gmail.com